Heridas de apego: cómo nos afectan en la vida adulta sin que nos demos cuenta

Por qué muchas personas terminan en relaciones que les hacen daño sin saber cómo salir de ellas? Este artículo explora el vínculo entre las heridas de apego en la infancia y la violencia de género en la vida adulta.

RELACIONESVIOLENCIA DE GÉNERO

Irene de Ana

5/6/20256 min read

Marina tenía 32 años cuando acudió a terapia por primera vez. Llevaba meses sintiéndose apagada, desconectada, con el cuerpo en tensión constantemente. Lloraba sin saber por qué. Su pareja, con quien llevaba cuatro años, solía gritarle cuando se enfadaba, la ignoraba durante días si algo no le gustaba y, en ocasiones, la hacía sentir culpable incluso por cosas pequeñas como salir con amigas. Ella se repetía que "no era para tanto", pero su ansiedad crecía.

En una de las primeras sesiones, Marina dijo una frase que lo explicaba todo:
“Yo crecí así. En mi casa no se hablaba. Mi padre tenía mal genio y mi madre aguantaba. Supongo que es lo normal.”

Como muchas mujeres, Marina había aprendido desde niña a adaptarse al malestar, a callar, a sobrevivir sin sentirse realmente vista. Y aunque de adulta deseaba una relación segura, el dolor que no se nombra se repite. Esa infancia que no dolía “tanto” seguía escribiendo su presente.

Las heridas de apego son el dolor emocional que queda cuando, en la infancia, no recibimos el cariño y la seguridad que necesitábamos. No tienen por qué deberse a experiencias extremas; a veces basta con sentirse sola en momentos de miedo, o con crecer en un entorno frío, inestable o violento. Por ejemplo:

  • Ausencia de cuidados seguros: si un bebé o niño/a siente que su madre o padre no está disponible y, por tanto, no responde de manera cariñosa ante el llanto o el miedo, integrará en su memoria más el dolor de esa falta que los momentos de apoyo.

  • Descuido o maltrato: el abuso físico, psicológico o sexual durante la infancia deja heridas profundas que afectan la forma de entender el amor y la confianza.

  • Modelos familiares violentos: crecer rodeadas de peleas y gritos puede hacer que aprendamos a normalizar la agresión como forma de relación.

Estas heridas no siempre se recuerdan con claridad, pero sí se sienten: en la forma de desconectarnos de lo que necesitamos, en el miedo al rechazo, en la sensación de que “yo tengo que hacer todo bien para que me quieran”. En lugar de sentirnos amadas y seguras, desarrollamos creencias como “no merezco amor” o “si demuestro mis necesidades me rechazan”. La teoría del apego nos dice que los primeros vínculos —especialmente con nuestros cuidadores principales— son la base de cómo nos relacionaremos en el futuro. Si esos vínculos fueron inseguros, ambivalentes o dolorosos, es probable que de adultas se repitan ciertas dinámicas:

  • Aferrarnos a quienes nos hacen daño por miedo a la soledad.

  • Callar para no ser rechazadas.

  • Pensar que no merecemos algo mejor.

¿Qué son las heridas de apego?
¿Cómo nos afecta en las relaciones adultas?

Cuando crecimos con heridas de apego, solemos tener estilos de apego inseguros. Esto significa que en pareja podemos sentir una mezcla de miedo intenso y desconexión, lo que complica nuestras relaciones. Por ejemplo:

  • Apego ansioso (o temeroso): hay una preocupación constante por la relación y un miedo al abandono. Estas personas buscan mucha cercanía y validación, pero al mismo tiempo sufren muchísimo si la otra persona no responde de inmediato. Son propensas a la obsesión con el abandono y la pérdida de intimidad.

  • Apego evitativo: existe una tendencia a distanciarse emocionalmente ante el temor al rechazo. Cuesta confiar plenamente o pedir cariño, por lo que se evitan los compromisos profundos o los conflictos emocionales.

  • Apego desorganizado: aparecen conductas contradictorias e impredecibles, como acercarse y alejarse sin motivo claro. A menudo esto se asocia a traumas muy fuertes en la infancia (por ejemplo, haber vivido abusos severos o abandono grave).

En todos estos casos la autoestima suele resentirse. Puede ser común pensar “no merezco más”, culparse por cualquier problema, o sentir pánico ante la soledad. Estos sentimientos dificultan aún más pedir lo que necesitamos o dejar una situación de riesgo.

¿Por qué aumentan estas heridas la vulnerabilidad a la violencia de género?

Las heridas de apego pueden abrir la puerta a relaciones abusivas por varias razones prácticas. A continuación, algunos ejemplos de patrones que pueden surgir y aumentar el riesgo de maltrato:

  • Miedo al abandono: quien sufrió inseguridad en la niñez teme enormemente quedarse sola. Esto puede llevar a tolerar comportamientos abusivos con tal de no perder a la pareja. De hecho, estudios han encontrado que las personas con alto apego ansioso (Becerra-García et al., 2021) tienen más disposición a permanecer en relaciones abusivas. Asimismo, el miedo intenso a ser abandonada puede agravar las secuelas emocionales en mujeres maltratadas, haciendo que se mantengan en la relación pese al maltrato.

  • Dificultad para poner límites: una víctima con heridas de apego puede sentir que no tiene derecho a decir “no” o a defender su espacio personal. Quizá asocie la expresión de sus necesidades con abandono o castigo emocional (porque así ocurría en su familia). Esto facilita que la pareja violenta cruce límites (por ejemplo, insultos o agresiones) sin encontrar resistencia. Con frecuencia estas mujeres han aprendido a complacer o callarse para evitar conflictos, incluso ante conductas graves.

  • Normalización de los malos tratos: si de niña viste que el amor incluía gritos, golpes o humillaciones, puedes asumir que eso es parte normal de una relación. Varios estudios muestran que el apego inseguro (ansioso o evitativo) se asocia con creencias que minimizan o justifican la violencia de pareja (Rodríguez-Díaz et al., 2020). Por ejemplo, pensar que “tal vez lo provocaste tú” o que “los hombres pierden los nervios por estrés” acaba dando más poder al agresor y culpando a la víctima. Esta visión puede hacer que aceptemos el abuso con la idea de que “no es para tanto” o que “debe cambiar con el tiempo”.

Estos patrones (miedo a la soledad, falta de límites, normalizar la violencia) se alimentan entre sí. La combinación de baja autoestima y apego inseguro crea una cicatriz invisible que dificulta reconocer el peligro y defenderse a tiempo. Incluso después de un maltrato, la mujer puede sentir culpa o miedo de estar “exagerando”, cuando en realidad son las heridas de apego las que la hacen más sensible al dolor. En otras palabras: las heridas no tratadas nos hacen más vulnerables al abuso. No porque lo permitamos, sino porque no aprendimos a identificar el peligro a tiempo, o a valorarnos lo suficiente como para ponerle límites.

Ejemplos que pueden ayudarte a identificarlo

Te comparto algunas frases que suelen aparecer en consulta cuando hay una herida de apego relacionada con violencia de género:

  • “Es que yo no soy fácil de querer, aguanto porque sé que no todo el mundo me va a querer así.”

  • “Cuando se enfada me ignora y eso me destroza. Haría cualquier cosa por que me vuelva a hablar.”

  • “Si no estoy atenta a lo que quiere, se pone peor. Así evito líos.”

  • “Mi madre aguantó, así que supongo que es lo que se hace.”

Hacia la sanación: Autocompasión y ayuda profesional

Si te reconoces en estas historias, recuerda que no eres culpable de lo que has vivido. Las heridas de apego se hacen en la infancia, cuando dependíamos completamente del amor de otros. Ahora, como adulta, puedes aprender a cuidar esa niña que sufrió. Dale el espacio para sentir sus miedos sin juzgarse. Con práctica, la autocompasión —entender que está bien sentir dolor y tener miedos— fortalece poco a poco la autoestima.

La buena noticia es que estas cicatrices pueden sanar con apoyo. Buscar ayuda profesional (terapia psicológica) es un paso valiente y efectivo. Un primer encuentro con una terapeuta puede ayudarte a entender tu historia, poner límites más claros y construir un apego más seguro. En terapia aprenderás a validar tus necesidades, crear rutinas de autocuidado y reescribir esas creencias dolorosas por otras que te empoderen.

Nadie merece sufrir violencia ni vivir con miedo. Cada mujer tiene derecho a relaciones respetuosas y amorosas. Si sientes que tus heridas de apego te atrapan, date permiso para sanar. Practica hablarte con cariño (“yo también merezco cuidado”), apóyate en quienes te quieren bien y considera agendar una primera sesión terapéutica. Con tiempo y tratamiento adecuado puedes reconstruir tu capacidad de confiar y amar de forma saludable, rompiendo el ciclo que te hace vulnerable. ¡Tu bienestar importa y la sanación empieza ahora!