La vergüenza como núcleo del trauma: comprender y sanar una herida invisible
En este artículo exploramos cómo la vergüenza se convierte en el núcleo del trauma, especialmente en contextos de violencia de género o de negligencia emocional en la infancia.
EMOCIONESTRAUMA
Irene de Ana
9/22/20254 min read



Desde pequeña, Laura escuchó frases como “eres demasiado sensible” o “no llores, que no es para tanto”. Cada vez que expresaba tristeza, le decían: “no llores por tonterías”. Cuando cometía un error, escuchaba: “eres un desastre, nunca vas a hacer nada bien”. En el colegio, cuando cometía un error, recibía burlas de compañeros y comentarios despectivos de algún profesor. Con el tiempo, Laura empezó a creer que había algo mal en ella. De adulta, tras vivir una relación de pareja marcada por el control y los reproches, ese sentimiento se intensificó: “nadie me va a querer como soy”, pensaba.
Lo que Laura sentía no era solo tristeza o culpa. Era vergüenza profunda, una emoción que va más allá de lo que hacemos: toca directamente la percepción de quiénes somos.
La culpa nos dice: “Hice algo malo”.
La vergüenza nos dice: “Soy malo/a, defectuoso/a”.
Mientras la culpa se centra en la conducta, la vergüenza ataca directamente a la identidad. Por eso, cuando está ligada a experiencias traumáticas —como la violencia de género, el abuso en la infancia o la negligencia emocional— puede convertirse en un núcleo muy doloroso.
En contextos traumáticos, esta emoción puede instalarse en el núcleo de la identidad. Especialmente en la violencia de género, en la negligencia emocional durante la infancia o en experiencias de abuso, las víctimas reciben mensajes explícitos o implícitos que las hacen sentirse defectuosas o indignas de amor.
Estudios recientes han confirmado esta relación: por ejemplo, Dyer et al. (2017) encontraron que la vergüenza internalizada es un factor clave en el desarrollo de trastorno de estrés postraumático complejo (TEPT-C), ya que la persona no solo revive lo ocurrido, sino que además lo interpreta como prueba de que “algo en mí no funciona”, influyendo en la autoestima, en la capacidad de vincularse y en la salud mental en general.
¿Qué es la vergüenza y por qué se relaciona con el trauma?
La vergüenza en el día a día
La vergüenza no siempre aparece de forma evidente. Muchas veces se cuela en pequeños gestos, pensamientos o reacciones:
Evitar hablar en público por miedo a equivocarse.
Rechazar un cumplido (“no es para tanto”).
Sentir ansiedad al mostrar vulnerabilidad.
Ocultar emociones para no ser juzgado como “débil”.
Creer que los demás descubrirán “quién soy realmente” y me rechazarán.
Aislarse después de una discusión, convencido de que no merezco el afecto de nadie.
Mantenerse en relaciones dañinas porque se siente que “nadie más me querrá”.
En trauma, la vergüenza funciona como un mecanismo de defensa: si me culpo a mí mismo, al menos tengo la sensación de cierto control (“yo soy el problema”). De este modo, protege la idea de que el mundo tiene sentido y que él puede cambiar su destino. El problema aparece cuando esa creencia se cristaliza en la adultez, convirtiéndose en una voz interna crítica y castigadora. Pero esta misma dinámica atrapa a la persona en un círculo de dolor y autodesvalorización.
Violencia de género y vergüenza: una alianza destructiva
En la violencia de género, la vergüenza se convierte en un arma de control. Frases como:
“Si te pego es porque me provocas”.
“Nadie más te va a querer como yo”.
“Todo es culpa tuya”.
No son simples palabras: son formas de manipulación emocional que refuerzan la idea de que la víctima es defectuosa.
Según Matud et al. (2019), muchas mujeres que han sobrevivido a la violencia de género refieren altos niveles de vergüenza y autoinculpación, lo que dificulta pedir ayuda y salir de la relación. La vergüenza actúa como un muro invisible que sostiene el ciclo de la violencia. Un estudio de Beck et al. (2020) encontró que la vergüenza internalizada predice la dificultad para romper relaciones abusivas, incluso más que el miedo.
El camino terapéutico: transformar la vergüenza
Superar la vergüenza no significa “borrarla”, sino aprender a mirarla de otra manera. En terapia se trabaja:
Nombrarla: reconocer esa voz crítica que dice “no vales”.
Explorar su origen: comprender que esa sensación no nació de la nada, sino de experiencias de abuso, violencia o negligencia.
Reparar la mirada: la relación terapéutica ofrece un espacio donde la persona se siente aceptada sin juicio.
Reconstruir la narrativa personal: pasar de “soy defectuosa” a “me adapté como pude a un entorno hostil”.
Como señala Brené Brown, “la vergüenza muere cuando se cuenta en una atmósfera de aceptación”. La vergüenza es silenciosa, pero no invencible. Reconocerla y compartirla en un espacio seguro puede abrir la puerta a una vida más libre, en la que la persona se vea a sí misma desde la dignidad y no desde la herida.
Si sientes que esta emoción te acompaña y te limita, dar el paso hacia la terapia puede ayudarte a construir una relación distinta contigo y con los demás. En terapia podemos trabajar para que dejes de verte a través de esa mirada crítica y comiences a reconocerte desde el valor que realmente tienes.
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